Aunque estaban tristes porque se había marchado, sabían que se hacía presente en el pan y en el vino, cada vez que celebraban la Misa o Eucaristía. Al principio lo hacían en casas, ahora en las iglesias.
Cristo está realmente presente en la Eucaristía, con su cuerpo, con su sangre, con su alma y con su divinidad.
Se quedó por amor, los cristianos también le ofrecemos nuestro amor y le adoramos. Por eso, pronto se pusieron sagrarios en los templos, para guardar la Eucaristía y poder visitar a Jesús sacramentado.
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