Brújula estaba feliz porque había
vivido aventuras maravillosas junto a sus amigas marionetas, y porque
había aprendido a portarse como su amigo Jesús le enseñaba, ese
amigo que podía sentir siempre a su lado, mirándola con ojos de
cariño.
Pero llevaba unos día pensativa...¿De
dónde venía ella?...¿Por qué estaba siempre enfada y triste
cuándo llegó a aquel lugar?
Pensaba en ésto cuando descubrió un
extraño arbusto con unas flores pequeñitas y amarillas, se acercó
un poquito más y allí estaba Berta, su hermana pequeña, que
sollozaba en silencio.
Cuando la vio dejó de llorar y sonrió
de oreja a oreja, se le echó al cuello, con tal fuerza, que Brújula
se sintió caer hacia atrás mientras cerraba los ojos perdiendo el
equilibrio.
Cuando los abrió estaba de nuevo en su
habitación abrazada a Berta, que le daba besitos pequeñitos por la
cara, tan pequeñitos como ella.
Te perdono, decía en voz bajita Berta,
sé que no querías estirarme de las trenzas, ni hacerme llorar, ni
llamarme tonta, ni darme un empujón...sé que eres buena y te
quiero.
¿Berta? -¡Era la voz de mamá que se
oía por el pasillo! - ¿estás con la brujilla de tu hermana? ¿Ya
sois amiguitas otra vez?, espero que haya pensado un rato ahí solita
en su habitación y se porte como una niña buena.
Mamá les dio un beso muy fuerte a
cada una.
Y sí, Brújula decidió portarse muy
bien, muy requetebién. Había pensado que no hacía falta ser como una bruja mala para viajar al mundo de las marionetas. Ahora
sabía que podía volver siempre que quisiera, cerrando los ojitos y
transportada por su imaginación, a jugar con sus amigas marionetas.
Ah! Y desde ahora, siempre, siempre, se llevaría a su hermanita
Berta con ella.